lunes, 20 de abril de 2009

SINDICALISMO Y BATLLISMO. Por Domingo Mendívil Wilson

Los fundamentos históricos de una propuesta de acción

PRÓLOGO

Este trabajo tiene como propósito único generar una base concreta de discusión para la nueva generación colorada, que - escasa en su número, por cierto, pero dispuesta a explicarse la importancia de esta ideología partidaria en un país que se define a sí mismo como batllista - procura entender el fenómeno del vaciamiento partidario y se dispone a encarar la reconstrucción.

No es, entonces, un trabajo hecho con criterios académicos, ni sostiene tesis del autor, sino que retoma y sintetiza documentos existentes. Pretende ser una recopilación parcial de testimonios históricos relativos al tema.

Si bien se basa en otras fuentes, recoge en particular informaciones provenientes de la “Historia del movimiento obrero en el Uruguay, desde sus orígenes hasta 1930”, de Germán D´Elía y Armando Miraldi. El texto es parte de una colección de Ediciones de la Banda Oriental, “Temas del siglo”, que dirigió Benjamín Nahum. Tiene la ventaja de su procedencia, ya que es suficiente garantía de ecuanimidad y juicio crítico como para alejarlo de la apologética.

Hay mucho publicado sobre Batlle y el batllismo, y el grito “Viva Batlle” ha sido siempre más frecuente que el de “Viva el Partido Colorado”, entre los afiliados y simpatizantes de esta corriente política. Lo que sin duda es visto con simpatía por todos los demás.

Hoy, mientras los analistas políticos parecen encontrar los males del país en su cultura batllista y los políticos de otras tiendas se afirman en los ideales batllistas para repetir su presencia en el gobierno, el Partido Colorado se debate en la crisis más honda, que - pienso - deberá superar volviendo a lo esencial de sus raíces.

Creo que esas esencias son el más hondo liberalismo político, la defensa de los más débiles, la raigambre popular basada en la apertura de sus espacios a la intervención activa y democrática de sus adherentes y la presencia en las organizaciones sociales que construyen la vida nacional en los hechos de todos los días.

Pero parto de la base, también, de que fue posible construir el país batllista y será posible la construcción de un nuevo modelo democrático avanzado, sólo si se atienden los temas e inquietudes de la gente de este siglo XXI naciente, y si somos capaces de oír reclamos y de adelantarnos en las soluciones, por avanzadas que sean, que comprendan a grandes mayorías nacionales sin amparo.

Conocer experiencias, pensar en las soluciones, discutir propuestas, planificar, elaborar programas y llevarlos a cabo organizadamente, fueron los pasos que dio Batlle y Ordóñez para crear lo que fue en su momento el Uruguay moderno.

Difícil coyuntura, la actual, para un Partido que, vacío del interés popular, alinea a sus dirigentes viejos y a algunos jóvenes con ideales detrás de un proyecto que, como el de Bordaberry hijo, desconoce aspectos como el que aquí planteamos y hace énfasis en los problemas de la seguridad y en las soluciones para los propietarios del campo, entre los que sin duda se sentirá más cómodo.

Nadie dijo que sería sencillo reivindicar las ideas de profundo contenido social del batllismo, forma adelantada de la socialdemocracia que se va transformando en “tercera vía” para seguir siendo opción en los países más desarrollados.

Para ser fieles a su legado, no se trata de revalidar las soluciones encontradas al inicio del siglo XX, sino de tener la audacia de pensar sin ampararse en moldes prefabricados y la capacidad de proponer nuevas ideas, como actuar en todos los ámbitos en que la sociedad se expresa

SINDICALISMO Y BATLLISMO


I.- Introducción

Cualquiera puede creer que batllismo y sindicalismo son incompatibles. O que lo son cooperativismo y Partido Colorado. O que éste no está destinado al accionar de la juventud. O que algo vergonzante debe esconder la historia de una colectividad política que no reivindica ni ostenta con orgullo canciones, literatura, arte, o anécdotas heroicas de sublevaciones y héroes trágicos.

Esto, por erróneo que pueda ser, es parte de la actual cultura vigente.

Lo complejo del asunto es que nos planteamos un Partido para hacer otra vez un país ejemplar. Él debe ser una usina de ideas generadas por gente con actividad social y compromiso con el bienestar de los otros. No sólo élites políticas; gente común con atención prioritaria en intereses familiares y sociales. Pero para hacerlo el Partido tiene que recuperar y arraigar en las nuevas generaciones un fundamento histórico rico, único en el país y tal vez en América, pero desprestigiado también por mucho de la práctica y propuestas de la segunda mitad del siglo XX y de los pocos años que van de éste. Con el agravante de que no ha sabido vencer el cerco cultural del discurso único predominante en ámbitos culturales, para polemizar y permitir que los uruguayos se reconozcan y puedan valorar al Partido en acciones tan relevantes como la formación del Uruguay moderno o el denostado proceso de transición de la dictadura a la democracia, imprescindibles, en las que tuvo tanto que ver.

Agotado el proyecto neo – batllista de sustitución de importaciones, la falta de rumbo y la fuerza globalizadora de los mercados impusieron gobiernos blancos, primero, y sectores autoritarios o conservadores del Partido después, que borraron la relación de la cultura batllista con el partido que la promoviera. Y la dictadura, que algunos prohijaron también desde este Partido, terminó con los propósitos de ventilación, apertura y cambio.

Después, cuando vino la etapa de transición a la democracia, el Partido volvió al cascarón, lejos de la gente y de la organización activa que disponía la carta orgánica. Los intentos de organización del Partido, aunque existieron, destacándose la presencia de una juventud deseosa de intervenir en la vida política, terminaron en clubes de participación nominal, en que nada importante se discutía, meros receptáculos de gente que sólo oía a los dirigentes zonales con la esperanza de un puesto. Y esto estaba cada vez más lejos. Como lejos quedó, también, la etapa esperanzadora de 1984, en que se vivió un Partido vivo y dinámico, con funcionamiento organizado de sus bases, sus convenciones y órganos de gobierno, y las casas partidarias llenas de jóvenes hasta el tope.

El gobierno se había tragado al Partido. Y es lógico, porque en la medida en que el tal gobierno no se proponga hacer cambios en beneficio de la gente, no puede desear que ésta se organice, opina, discuta, active y movilice. El propio Partido es una molestia para un gobierno de élite, conservador, con miedo.

Por eso, mientras el Partido no se plantee esos cambios y logre convencer a la ciudadanía de que se propone hacerlos - ¿difícil, no? - no hay oportunidad de reconstruir la organización política más significativa para el país.

Eso requiere un enorme esfuerzo, firme y planificado, para activar clubes zonales que discutan y en los que los afiliados y adherentes propongan soluciones; en los que los jóvenes se sientan respetados y en los que se traten ideas innovadoras relativas a trabajo, educación, derechos civiles que respeten la diversidad, que abarquen las relaciones entre ciencia y ética. Clubes que decidan, además, trabajar en coordinadoras zonales, organizaciones no gubernamentales de ayuda social, comisiones de fomento, sindicatos, mutualistas y tantas asociaciones sociales que constituyen la base del entramado social y de las cuales hemos estado ausentes.

En estos años hubo ejemplos aislados de afiliados y adherentes al Partido que tuvieron militancia gremial activa, en cuyo marco fue necesario remar contra los embates de una visión predominante entre nosotros que ignoraba o enfrentaba esa actividad. Así resultó esta colectividad política la de menor intervención de sus adherentes, como tales, en ámbitos de participación democrática representativos: gremios obreros, rurales, estudiantiles, profesionales, o sociedades de afiliados: cooperativas, mutualistas, sociedades de fomento rural, sociedades civiles específicas. Aunque si revisamos la historia de muchas de ellas, encontraremos el origen en la actividad social de batllistas de otras décadas.

Claro, las cosas han cambiado y hoy el Partido sufre, descarnado, piel y huesos, el no haber sabido ver lo que ocurría en la sociedad, o peor aún, no haber tenido la vocación de ser protagonista del futuro.

Conviene recordar estos antecedentes, particularmente cuando a todos nos resulta claro que es necesario afirmar los fundamentos: juventud en las asambleas partidarias y en las organizaciones de la sociedad, proyecto de sociedad pensada para el futuro y basada en la necesidad de las nuevas generaciones, educación permanente para la libertad, en la que no hacen énfasis otras organizaciones políticas.

Sin establecer con claridad fundamentos políticos y organizativos, proyectos que reconozcan ideas ambiciosas y se planten en la realidad para construirlas, a partir de la lucha por el interés de un país para el futuro, sin miedo a propuestas renovadoras, no hay Partido Colorado.

Será difícil hacer creíble un discurso renovado y voluntad dinámica de cambios y gente construyendo, cuando surja de esta garganta casi muda y de este cuerpo debilitado. Pero se trata de pensar y hacer; hacer y pensar; retomando y reconociendo un acervo propio como el fundamento sobre el cual edificar nuevas propuestas para el país que ampare y dé bienestar, trabajo, cultura, a todas las generaciones, a partir de una ética de trabajo, responsabilidad y solidaridad.

Trataré, entonces, de recordar el pasado y proponer caminos a partir de documentos que refieren las raíces y brotes de una ideología democrática que fundamentó el país que tenemos.

II.- Las reivindicaciones obreras y el batllismo fundacional

Las primeras organizaciones de trabajadores están asociadas con las profundas transformaciones de la economía que provoca el capitalismo industrial. Desde 1870, en que se funda la Sociedad Tipográfica Montevideana se desarrolla el asociacionismo laboral, con el impulso de las corrientes migratorias europeas.

1895 será un año clave para la organización obrera, ya que el asociacionismo, el desarrollo de las ideas socialistas y las huelgas de ese año generaron polémicas en la sociedad de entonces. Batlle tenía 39 años y decía en El Día del 8 de diciembre de 1895:

"Entre nosotros, el movimiento obrero debe ser considerado como el advenimiento del pueblo trabajador a la vida pública, y así visto, ese movimiento adquiere una importancia nacional. Va a entrar en la vida pública, en efecto, esa enorme masa de hombres que había creído hasta ahora que su interés consistía, y su deber, en trabajar en silencio, ajenos a toda agitación popular, en la estrecha esfera de acción en que ejercían su oficio".1

Dos días después, ante la derrota de la huelga tranviaria de entonces, sostenía:

"Es un espectáculo doloroso el de un triunfo así, pacífico, obtenido sobre centenares de hombres y familias por medio del hambre. No hay murallas, ni cañones, ni grandes masas de soldados, como cuando se bloquea una plaza y se la obliga a rendirse privándola de los alimentos indispensables; pero hay, sí, dentro de la ciudad que permanece indiferente y risueña, una clase social sitiada por otra y obligada a entregarse, reducida por la necesidad al cautiverio".

Es la expresión del talante de un político enfrentado por entonces al gobierno de su partido, pero insertado en una sociedad que vive una situación injusta derivada de la falta de fuerza e instrumentos de una clase social naciente que no puede todavía hacer valer sus derechos. Es una posición que va delineando lo que será después su acción gubernamental, como la que expone también en El Día, el 3 de enero de 1896:

"Simpatizamos con las huelgas. Cuando una se produce y se produce bien, de una manera reflexiva, con posibilidades de éxito, con elementos de resistencia que ponen verdaderamente en jaque a los patrones, nos decimos: he ahí a los débiles que se hacen fuertes y que, después de haber implorado justicia, la exigen. Y nos olvidamos de que estamos más bien enrolados en el número de aquéllos, para sentir como proletarios, y soñar con un estado político en que la riqueza se halle mejor repartida y pesen de manera más equitativa que ahora, sobre grandes y chicos, las fatigas del trabajo social".1

Con los inmigrantes han llegado ideas anarquistas, socialistas, que preceden y dan fundamento a la organización obrera, y por otro lado son círculos católicos los que también organizan a los trabajadores.

Batlle conocía esos intentos de organización y también las condiciones en que cumplían su trabajo los obreros que crecían en número para alimentar el desarrollo de las empresas que se instalaban en el país. Desde el llano tomó partido por los trabajadores. No eran, como podrán considerar, organizaciones obreras como algunas de hoy, fuertes y capaces de ejercer el poder que les da el ámbito de su acción laboral para acceder a algunos privilegios que los benefician y priorizan sobre los sectores populares y las clases medias bajas en general.

II.1.- La primera presidencia de Batlle

¿Qué ocurriría con Batlle en el gobierno? Confirmará ese pensamiento y lo hará mediante acciones concretas que faciliten la organización de la clase obrera. Así surge de referencias de analistas de los más variados orígenes ideológicos.

Dirá Carlos Rama:

"...sus medidas en la primera presidencia, dirigidas a favorecer el ascenso de los trabajadores, no serán producto de la improvisación sino que responden a una visión democrática ampliamente fundada".

O Lucía Sala de Tourón y Jorge Landinelli:

"El desarrollo del movimiento sindical objetivamente se ve favorecido durante la primera presidencia del líder de la corriente popular del Partido Colorado, José Batlle y Ordóñez (1903-1907), que desde su precedente prédica política se había opuesto a la represión del movimiento obrero y declaraba la necesidad de atender a su importancia creciente en la vida nacional. Desde la presidencia, Batlle abatió decididamente los niveles de represión y en 1904, en instrucciones a la policía, reconocía el derecho de huelga y prohibía la intervención policial, excepto para garantizar el derecho al trabajo. Claramente se iba a manifestar la oposición entre la política de Batlle y las patronales nacionales y extranjeras durante las grandes huelgas de 1905 y 1906".2

Tan irreprochable de favoritismo como la anterior, es la opinión de Carlos Real de Azúa, quien destaca que el reconocimiento unánime de su papel ante las nacientes mayorías obreras en proceso de organización y lucha no es gratuito. Está respaldado por

"...la importancia de las medidas de garantía al movimiento obrero y social. Sin ellas, difícilmente hubieran podido aprobarse las leyes sociales y menos subsistir, pues faltarían los sindicatos, clubes, centros y su prensa, el ambiente de libertades públicas necesarias para movilizar a los obreros, artesanos y empleados en su defensa".3

II.1.1. Las medidas de garantía al movimiento obrero y social.

· La protección del derecho de huelga

Batlle sabía, desde 1895, que la huelga

"...era mirada como una sublevación por las autoridades policiales y en general por el poder político, enemigo por naturaleza de las sublevaciones. Por eso instruye a la policía: Los obreros tienen derecho a declararse en huelga".

Domingo Arena sostiene:

"La policía no puede intervenir sino donde las leyes se lo manden y lo que manda la ley es que intervenga solamente en caso de flagrante delito. Y agrega: El Gobierno se ha mantenido totalmente prescindente en los diversos pleitos que se han suscitado entre patrones y obreros, y en esa prescindencia justa y legal se mantendrá mientras que a su juicio no se comprometan las altas cuestiones del orden público que está en el deber de tutelar".1

Es significativa, en tal sentido, la actitud policial cuando, tanto en este primer gobierno como en el segundo, debió recurrir a la represión:

"En la huelga ferroviaria de 1905, al prolongarse el conflicto, fueron utilizados los piquetes de la tropa, y cuando éstos se hicieron presentes en las huelgas tranviarias de 1906 y 1911, los soldados no fueron provistos de munición".

Es de importancia destacar, junto con el derecho de huelga, la protección también del derecho al trabajo, de lo cual se hizo prédica. Así, El Día del 27 de junio de 1905, según cita de Rama como las anteriores de este acápite, opina que

"...el que accede al trabajo hace uso de su derecho y debe ser respetado, sobre todo cuando obra movido por la violencia moral de necesidades ineludibles".

· La protección de los agitadores.

Germán D´Elía y Armando Miraldi4 señalan un episodio significativo:

"Las intensas luchas sociales que se vivían en Buenos Aires, en las que como aquí los inmigrantes jugaban un papel fundamental, movieron a las clases gobernantes a adoptar una política represiva de extrema violencia (...) La expulsión hacia sus países de origen de numerosos inmigrantes por su militancia social originó una elevada actitud de Batlle al darles amparo, permitiendo su desembarco en nuestro país, donde continúan la lucha por sus ideas (Luis Bernard, Alfredo Caramella, Bartolomé Bossio, Adrián Troitiño, Carlos Balsán, Francisco Corney, son algunos de los nombres de la pléyade llegada a nuestro país".

También Carlos Rama en la obra citada refiere el hecho y lo complementa:

"...dio órdenes de hacer bajar de los barcos que atracaron en Montevideo a los deportados de Argentina que prefirieron residir entre nosotros, e incluso hasta en alguna oportunidad se pagó el pasaje de un anarquista deportado desde Río de Janeiro a nuestro puerto".

La coincidencia entre prédica política y acción gubernamental queda clara con la publicación de un editorial famoso de Domingo Arena, del 19 de junio de 1905 en El Día:

"¡Dejemos a los agitadores que se agiten y agiten mientras su actividad no salga del campo del derecho! ¡Dejemos que sus ideas, por atrevidas que nos parezca, circulen y se propaguen y se discutan...! No nos alarmen las exageraciones de la doctrina, porque dentro de las mayores exageraciones suelen encontrarse principios de verdad que pueden ser fuentes de grandes bienes. Déjese por lo menos obrar a esos propagandistas, por más que se les crea soñadores, por más que se les suponga extraviados, aunque más no sea por el tan lejano como grandioso fin que persiguen.
Recordemos que el socialismo, por ejemplo, sean cuales fueren sus errores y las utopías que encarne, encierra una grande e incontestable verdad cuando nos dice que hay multitudes con el más perfecto derecho a la vida, que languidecen de hambre, cuando nos recuerda que las tres cuartas partes de la humanidad trabajan sin descanso, afanosamente, sin más recompensa y sin otra esperanza que una lenta y dolorosa consunción(...) y ya que se palpa el mal y no se encuentra el remedio, déjese por lo menos obrar a esos propagandistas (...) aunque más no sea por el tan lejano como grandioso fin que persiguen".

Claro que este gran teórico del batllismo no olvidó referir la libertad de los otros, si es puesta en peligro por ellos:

"Si su acción se considera inconveniente no se trate de coartarla con leyes atentatorias, combátase con las armas que da la libertad igual para todos recurriendo como ellos a la asociación y a la propaganda y no se tema que dentro de este régimen liberal y legal queden desamparados los intereses sociales. Cuando el agitador proclame medidas subversivas, cuando pretenda llevar a los obreros más allá de sus derechos, empujándolos a atentar contra la libertad de trabajo, contra los bienes de los patrones, allí estará al autoridad para llamarlo al orden y seguramente los jueces no dejarán de encontrar artículos de nuestros códigos para aplicarles las penas a las que se han hecho acreedores..."4

Toda la prédica y la acción del batllismo fue de protección de los sindicalistas pero siempre con el límite del derecho al trabajo de los demás, de los medios de producción y demás bienes patronales y del orden público. Primaba, como debe ser, una concepción liberal de respeto a las instituciones y a las formas del derecho.

· La protección de las organizaciones sindicales

La prédica partidaria tendía no sólo a la defensa de esas organizaciones, sino a su fomento y buena dirección. Cuenta Carlos Rama que en ausencia de una legislación sindical, el gobierno y la prensa adicta defienden la legitimidad de los sindicatos (llamados por los anarquistas asociaciones de resistencia), el derecho de los afiliados a las huelgas y la acción de sus militantes.

El Día del 23 de junio de 1905 da al respecto una orientación que hoy debería ser analizada en el contexto del futuro trabajo del Partido:

"Carece de todo fundamento la propaganda que contraría las asociaciones de resistencia. Los que se interesan por el mejoramiento paulatino de las clases trabajadoras, deberían por el contrario fomentar la creación de aquellos centros, pugnar porque estuvieran bien dirigidos y que contaran con elementos suficientes".

II.1.2.- Los primeros proyectos de legislación social.

El proyecto más importante del período es el de reducción de la jornada laboral, presentado el 21 de diciembre de 1906. Dice Batlle:

"Actualmente la jornada de trabajo de 8 horas ha sido ya conquistada por numerosos gremios entre nosotros, pero quedan muchos otros que no gozan de este beneficio por no haber tenido la organización y los recursos necesarios para obtenerlo".

Junto a esta iniciativa, llamada a reaparecer, modernizada, durante la segunda presidencia, se presentaron otras iniciativas vinculadas a los trabajadores en general y las condiciones laborales de la mujer y los niños, que expresan la vocación social del gobernante.

II.1.3. – Resumen de la primera presidencia de Batlle y los trabajadores.

Sigamos con Sala de Tourón y Landinelli:

"Durante su primera presidencia, Batlle además del abatimiento de los niveles represivos, manifiesta orientaciones que se aplicarán más tarde, entre otras la presentación del primer proyecto que reducía la jornada de trabajo a 8 horas y medidas especialmente protectoras de la mujer y los menores de edad, cuya sanción el Poder Legislativo posterga por casi una década".

Aunque otras pudieran ser las prioridades gubernamentales, no se abandona a los trabajadores en proceso de organización. Aunque el mayor esfuerzo se orientó a terminar la guerra civil y a la estabilización institucional, con una autoridad central legitimada, las acciones y prédica del batllismo fueron vistos con buenos ojos por el proletariado que peleaba por mejores condiciones de vida.

II.2.- La segunda presidencia.

La segunda presidencia de Batlle es anticipación visionaria, proyecto, programa de acción y ejecución.

"La fuerza creciente del movimiento obrero y social y la justicia de sus reivindicaciones, enfrentada a una ciega resistencia reaccionaria, proporcionaba en esos mismos años y en países tan cercanos a nuestras costumbres como Argentina y España, el espectáculo de huelgas sangrientas, revueltas tremendas, procesos represivos y un estado general de inseguridad social. Sus dos viajes a Europa en 1879 y 1910 – tenemos testimonios – le llevan a asistir como espectador a huelgas, motines, manifestaciones, etc". 1

El impacto de lo que ve en esos países y su interés de proyección del país hacia un futuro de libertad con igualdad de oportunidades y legislación avanzada, lo lleva a preguntarse por las soluciones y a elaborar una estrategia básica para atacar los problemas:

“¿Hay que esperar que estos males crezcan para ocuparse de ellos?- se pregunta Batlle – ¿O, al contrario, debemos preocuparnos de solucionar todos los problemas de la vida nacional, sin exceptuar los que se refieren a las clases más numerosas...? Plantear la cuestión es resolverla. Y efectuaremos la obra, por lo mismo que el mal será atacado antes que se desarrolle, sin el apuro angustioso de otras naciones populosas y sin el gasto de fuerzas que exige – a veces – sin ellas” 1

Este pensamiento visionario explica el hecho sin precedentes de un país subdesarrollado que antecedió en su legislación laboral y sus reformas económicas y sociales a muchos otros desarrollados, con gobiernos de los más diversos signos ideológicos.

La característica particular de anticipación y liderazgo en la propuesta y ejecución de reformas es uno de los aspectos que impacta a los historiadores, que coinciden más allá de sus concepciones en la valoración.

Francisco R. Pintos dice:

"...el gran mérito (de Batlle) es, existiendo las condiciones, dar satisfacción a las aspiraciones populares y aún adelantarse en algunos casos a ellas". 5

Rama coincide:

"El mérito singularísimo de Batlle fue apreciar tempranamente las nuevas fuerzas sociales e ideológicas que iniciaban su marcha en el país, no oponerse a su desarrollo, e incluso colaborar buen trecho con ellas, de una manera firme, perseverante e infatigable".

Impacta la revisión histórica y la comprobación de esa actitud de priorizar la razón y la adopción de medidas de innovación y cambio ante la inercia de un partido político que hoy muestra la abulia como rasgo predominante y el vaciamiento de sus ámbitos de ejercicio democrático como expresión de esa lejanía de los ámbitos de incidencia social.

Sala y Landinelli avanzan en el análisis:

"Durante el segundo gobierno de Batlle es cuando se pone en práctica o se proyecta lo sustancial de su política, incluyendo un conjunto de leyes laborales y de seguridad social que comportan un avanzado programa reformista. Incluyen la aprobación del proyecto de 8 horas y otras leyes, así como importantes medidas para la extensión de la educación, que se decreta gratuita y laica a todos sus niveles.
Bajo la presidencia de Batlle, entre otras cosas, el gobierno se niega a proteger a los rompehuelgas con soldados armados durante la huelga tranviaria de 1911 que cuenta con el apoyo de otros gremios. La batalla victoriosa contra la empresa británica culmina con la reducción de la jornada de trabajo el mismo año en que el Poder Ejecutivo envía nuevamente al Parlamento el proyecto de ley de 8 horas, en un momento de auge del movimiento sindical, que registraba en 1911, noventa y nueve huelgas con casi veinte mil huelguistas".

Los trabajadores y sus guías discutían, antes de la segunda elección de Batlle, si debían apoyarlo o no como candidato a la presidencia. Ante la negativa de anarcosindicalistas y marxistas, Leoncio Lasso de la Vega, autodefinido “socialista sin partido”, agitador, poeta, joven de colorida y corta vida, se aboca a la constitución del Partido Obrero y proclama el apoyo a Batlle y Ordóñez en un manifiesto del 2 de abril de 1910
Henry Finch(6) cita una expresión de la opinión que despertaba Batlle en importantes sectores de los ideólogos de la organización obrera, recordando el texto de un manifiesto socialista:

"...es, en las actuales circunstancias y dentro de la relatividad de las cosas en el dominio de las instituciones burguesas y tratándose de gobernantes burgueses, el único candidato que puede ser considerado prenda segura de un gobierno respetuoso de los derechos y reivindicaciones de la clase trabajadora".

D´Elía y Miraldi, en la obra citada, también lo testifican:

"La elección de Batlle contó con el beneplácito de la clase obrera que por vía de los hechos comenzó nuevamente a organizarse, como lo sintetiza el gesto de aquel diariero huelguista: Esperen a que Don Pepe suba al poder y ya van a ver".

No iba a ser defraudado el canillita. No sólo benefició a los sectores menos protegidos en casos de conflicto social, sino que con su legislación estableció, además, las bases de la independencia económica vigentes por décadas y de una sociedad liberal y democrática.

II.2.1. – Batlle, la primera huelga general y los derechos de los trabajadores.

Cuentan El Siglo, sobre la huelga general de 1911, que fue la primera en la historia del país, que

"Luego de votada la huelga que se iniciaría el 23 de mayo a las siete de la mañana, se formalizó una manifestación por 18 de Julio que se dirigió a la casa de Batlle en Montevideo. Frente a la misma exigieron la presencia del presidente, el que salió acompañado de hijos y secretarios al balcón. Ángel Falco, subido a un árbol, se dirigió de esta forma al presidente: “Ciudadano Batlle y Ordóñez: Muchas manifestaciones han desfilado ante vuestra casa, pero ninguna de la índole de ésta; ninguna impulsada por un gran viento de sinceridad como el que guía a los proletarios que veis aquí reunidos. El pueblo que os conoce, espera de vos que sabréis mantener la actitud de siempre en esta emergencia ante la batalla que se está librando entre los huelguistas y la empresa; de vos, que habéis guiado al país por sendas de libertad para realizar su magnífico destino, en la conquista de los derechos universales y de justicia social; vos no podéis permanecer extraño a este movimiento, en el cual no se debaten ya los intereses y las aspiraciones de una clase, sino el interés y la seguridad de todo el pueblo. La Federación Obrera, representación genuina de los trabajadores de la República, ha decretado la Huelga General, no como en otros países contra el Gobierno y las Autoridades, que han sabido mantener la neutralidad, sino contra las empresas que no han respetado las condiciones pactadas con los obreros; así, esta manifestación se despide de vos en esta hora, gritando ¡viva Batlle y Ordóñez!".

Entonces, ¿por qué no actuar en los sindicatos, defendiendo los derechos de quienes más necesitan de leyes de orientación social y, a la vez, los principios del derecho que protejan a las grandes mayorías contra acciones corporativas sin fundamento? Hoy hay batllistas que lo hacen. Reforcemos su acción.


Notas:
1.- Rama, Carlos.- “Batlle y el movimiento obrero y social” ( en “Batlle- Vida y Obra”, Editorial Acción S.A.)
2.- Sala de Tourón, Lucía/ Landinelli, Jorge.- “El movimiento obrero uruguayo” ( en “Historia del movimiento obrero en América Latina”, Editorial Siglo XXI)
3.- Real de Azúa, Carlos.- “El impulso y su freno”.- Editorial Banda Oriental
4.- D´Elía, Germán/Miraldi, Armando.- “Historia del movimiento obrero en Uruguay – desde sus orígenes hasta 1930”.- Editorial Banda Oriental, Temas del Siglo.
5.- Pintos, Francisco R.- “Batlle y el proceso histórico del Uruguay”.- García.-
6.- Finch, Henry.- “ Historia económica del Uruguay Moderno”.- Ediciones Banda Oriental.

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